Julio Meinvielle: Biografía 1 – Exordios

Seguramente entusiasmante y muy edificante, mas ardua también ciertamente será la tarea de escribir una buena vida, completa y documentada, del Padre Julio Meinvielle[1]. Es una tarea fascinante que está aún por hacerse, que exige sin duda un profundo y detallado estudio y conocimiento, con un juicio recto, objetivo, cristiano, de la historia contemporánea del mundo, de la Iglesia y de la Argentina, y de sus actores –y sus motivaciones-, realidades con las cuales su vida, su obra, su pensamiento y su actuar están entretejidos; lo propio de un hombre de Dios que siguiendo la dinámica de la Encarnación salvífica estuvo profundamente injertado en la realidad del mundo y del tiempo para iluminar y ordenar el acontecer concreto, para enseñorear la realidad, toda ella, para Cristo Rey[2].

Esbozamos aquí unas notas biográficas en base al material y testimonios disponibles, que citamos y transcribimos y que el lector puede hallar en su mayor parte en otros ítems y bajo otros respectos de esta misma página en escritos de otros autores, de quienes somos agradecidos deudores por permitirnos conocer lo que sabemos del Padre Julio[3].

1. Exordios del sacerdote y publicista político: Julio Meinvielle, un pensador modelado por la doctrina del Magisterio y Santo Tomás

Queridos,  no os fiéis de cualquier espíritu, sino examinad si los espíritus vienen de Dios, pues muchos falsos profetas han salido al mundo. Podréis conocer en esto el espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a Jesucristo, venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa a Jesús, no es de Dios; ese es el del Anticristo. El cual habéis oído que iba a venir; pues bien, ya está en el mundo.  … Nosotros somos de Dios. Quien conoce a Dios nos escucha, quien no es de Dios no nos escucha. En esto conocemos el espíritu de la verdad y el espíritu del error. (1Jn 4, 1-3.6)

1.1. Julio Meinvielle, sacerdote, se asoma a la vida pública argentina

Julio Meinvielle nació en Buenos Aires el 31 de agosto de 1905. Estudió en el entonces Seminario Pontificio de Villa Devoto doctorándose en Filosofía y Teología. Se ordenó sacerdote el 20 de diciembre de 1930[4]. Mientras recopilamos más material acerca de las primeras etapas de su vida, comenzamos aquí a partir del momento en que Julio Meinvielle se asoma a la vida pública eclesiástica y civil en Argentina, cobrando notoriedad[5].

Esto nos lleva al año 1932, que marca el exordio de su actividad de publicista. Comienza por entonces a difundir sus escritos y su pensamiento en los que se ocupa desde un primer momento con luminosa clarividencia de la plasmación social y política del cristianismo en la Cristiandad y la “cuestión social” del mundo moderno: en efecto, de esa fecha data la primera edición de su magistral Concepción Católica de la Política, obra de pensamiento ya tempranamente maduro, editada en Buenos Aires por los Cursos de Cultura Católica y que conocería tres sucesivas reediciones en 1941, 1961 y 1974 (póstuma).

Concepción Católica de la Política es un debut magistral. Un tal libro no nace de la nada, está detrás un ambiente, una actividad intelectual y apostólica, una gran personalidad. En efecto, desde 1922 había comenzado por obra de unos beneméritos pioneros católicos la magna empresa de los Cursos de Cultura Católica que tantos frutos diera para la intelectualidad argentina[6].

Concepción Católica de la Política vino así a dar for­midable envión al renacimiento que en lo cultural se expresó particularmente con los Cursos de Cultura Católica, en lo político con el nacionalismo y el revisio­nismo histórico –no oscurecidos aún por influencias totalitarias ajenas a su esencia y que años después también combatiría el Padre Meinvielle- y en lo espiritual con la magnífica demostración de fe colectiva que fue el Congreso Eucarístico Internacional de 1934.[7]

Sabemos de la activa participación de Meinvielle y que, en ocasión de la invitación y visita de Jacques Maritain –en 1936- y del padre Garrigou-Lagrange, Meinvielle “manifiesta su disconformidad con algunas tesis particulares de Maritain”, junto con otros.

Los cursos no solamente irradiaron una sólida formación intelectual y cultivaron exquisitas expresiones artísticas, sino que también gestionaron y lograron la visita de ilustres maestros europeos, como el filósofo Jacques Maritain y el Padre Garrigou Lagrange. Con la visita de Maritain se acentúa la escisión entre los alumnos de los Cursos, divididos ya por sus adhesiones y simpatías particulares a uno u otro frente de la Guerra Civil Española. Es el momento en que César Pico y el Pbro. Julio Meinvielle manifiestan su disconformidad con algunas tesis particulares de Maritain.[8]

Junto con autores como D. Lallement, Principios católicos de acción cívica, Daniel Rops, Monseñor Luis Billot, Maritain era de los pocos autores citados en la Concepción Católica de la Política, como indicación bibliográfica tomista acerca de la universalidad de la esencia del hombre, principio de inteligibilidad del mismo[9].

¿De dónde esta confrontación que explota en aquel 1936, en Buenos Aires y Córdoba? Es que mientras había acontecido el quiebre político del pensamiento de Maritain, en 1929-1930, en ocasión de la desgraciada condena y excomunión de L’Action française de Charles Maurras[10], en cuyas filas intelectuales Maritain, convertido al catolicismo y al tomismo, había militado por quince años.

La autoridad de Jacques Maritain entre los católicos en general, y entre los tomistas en particular, no tiene necesidad de ser señalada. Pero es preciso decir que en Argentina esta autoridad era particularmente sentida, porque el filósofo francés había publicado allí a partir de 1928, una serie de artículos en distintas revistas, y en 1936 se hizo presente allí para dictar un ciclo de conferencias. Y es justamente durante esta visita que se habían tenido claras señales de la hostilidad de algunos círculos católicos argentinos hacia Maritain, a causa de la actitud que él había asumido frente a la guerra civil española[11]. Ya en aquel momento Meinvielle se cuenta entre sus opositores; pero la polémica se enciende más tarde, sobre argumentos más estrictamente teoréticos.[12]

1.2. La formación de Julio Meinvielle

El pensador vigoroso que así se descubre en el padre Julio Meinvielle, estrictamente hablando, no parece haber tenido grandes maestros a los que haya que remontarse en su juventud, a juzgar por lo que él mismo dijo a algunos, de lo cual tenemos entre otros el testimonio de Carlos Sacheri, que citamos a continuación. Ha sido su mente lucidísima que se formó con  el Magisterio de la Iglesia y  el mismo Santo Tomás, en la lectura directa, asidua e inteligente de sus obras, a través de un descubrimiento y estudio personal con gran rigor y disciplina intelectual y humana.

El Padre Meinvielle forjó su vocación en medio de las estrecheces culturales de un ambiente tanto clerical como civil, demasiado propenso a la frivolidad y poco amigo de la disciplina y austeridad propias del rigor intelectual. No tuvo maestros; su formación tanto teológica como social se debió únicamente al estudio asiduo y dócil de Santo Tomás de Aquino y de las grandes encíclicas sociales, de las cuales ha sido hasta hoy el más ferviente apóstol en la Argentina.

Índice elocuente de sus dificultades iniciales es aquella anécdota en la que siendo sacerdote recién ordenado leía la Suma Teológica en el atrio de la Iglesia de Balbanera, cuando un alto prelado le preguntó qué estaba leyendo y al ver que era Santo Tomás le dijo “Pero m’hijo, no leas esas cosas tan complicadas que te van a hacer mal a la cabeza”. Qué hubiera sido del Padre Julio, si se hubiera atenido a tales consejos…[13]

No es improbable que a Santo Tomás haya llegado precisamente por fidelidad al Magisterio de la Iglesia, que con la Aeterni Patris de León XIII (1879) había suscitado en la Iglesia el renacimiento del tomismo, y bajo San Pío X con el Motu propio Doctoris angelici[14] y las “veinticuatro tesis tomistas” (1914) había propuesto la doctrina del Aquinate como “normas seguras directivas” en los estudios católicos[15], y más inmediatamente con la carta apostólica Officiorum omnium[16] y la encíclica Studiorum ducem de Pío XI (29 de junio de 1923), aún siempre dejando una cierta libertad de escuela urgía e insistía en la observancia del Código de Derecho Canónico promulgado en 1917 y que decía, cán. 1366§2: “Los estudios de la filosofía racional y de la teología y la instrucción de los alumnos en tales disciplinas sean absolutamente tratados por los profesores según el método, la doctrina y los principios del doctor angélico y éstos sean religiosamente mantenidos”.

La Studiorum ducem pedía a los maestros de esas “disciplinas superiores” que “tengan presente que satisfarán bien sus deberes y cumplirán nuestros deseos si, y estudiando mucho y largamente sus escritos, comenzasen a amar al doctor de Aquino y comunicasen a los alumnos de la propia disciplina este ardiente amor, interpretando al mismo Doctor, y los hagan idóneos para suscitar en los otros un estudio semejante”[17].

Contemporáneamente, por su parte, las encíclicas Diuturnum illud sobre la potestad política (1881), Inmortale Dei (1885) también sobre el origen divino de la autoridad política y contra el laicismo y el indiferentismo religios de las sociedades, así como Libertas (1888) y la monumental Rerum novarum (1891) de León XIII habían iniciado la magnífica serie de encíclicas sociales y llamado la atención sobre el liberalismo y la “cuestión social”. La Graves de Communi (1901) del mismo León XIII había alertado sobre el uso ilícito en sentido democratista liberal o socialista del término “democracia cristiana”.

San Pío X (1907) en la Pascendi había alertado y enseñado con profundo análisis sobre la filosofía del relativismo subjetivista y la inmanencia que se escondía detrás del “Modernismo”, cuyas proposiciones condenó en el decreto Lamentabili, y en Notre Charge Apostolique (1910) había condenado el democratismo liberal-cristiano del movimiento de “Le Sillon”. Y en 1931 aparecía la exposición monumental de la Doctrina Social que es la encíclica Quadragesimo Anno de Pío XI.

Así, es lógico que a capite de la Introducción de la Concepción Católica de la Política que tanto se remite al Magisterio y a Santo Tomás, citaba el joven Meinvielle la Studiorum Ducem a propósito de la doctrina política del Aquinate:

…De ahí esos magníficos capítulos que se encuentran en la segunda parte de la Suma Teológica sobre el poder legítimo en la ciudad o en la nación, sobre el derecho natural y sobre el derecho de gentes; sobre la paz y sobre la guerra; sobre las leyes y sobre la obediencia; sobre el deber de velar por el bien de los particulares y por la prosperidad pública; y esto tanto en el orden sobrenatural como en el natural.

Cuando estos principios sean religiosa e inviolablemente observados en la vida privada, en la vida pública y en las relaciones mutuas de las naciones, nada faltará para disfrutar de la paz de Cristo en el reino de Cristo, que tan impacientemente desea todo el mundo. Es por tanto deseable que se tengan muy en  cuenta las enseñanzas de Santo Tomás de Aquino, especialmente sobre el Derecho de Gentes y sobre las leyes que regulan las relaciones internacionales, porque allí se encuentran las bases de la verdadera Sociedad de las Naciones.

Leyendo en efecto su Concepción Católica de la Política se ve allí en el puro pensamiento de Meinvielle manar cristalinamente la doctrina de las fuentes citadas del Magisterio y de Santo Tomás (la Suma teológica, la Contra Gentiles, el Comentario a la Política de Aristóteles, el De Regno –De regimine principum–), y ser comprendida y expuesta con inteligencia, claridad y fidelidad incomparables, en contraposición a las posiciones del liberalismo individualista o del totalitarismo estatista como el marxismo.

El mundo se estremecía desde mediados del siglo decimonono con la Revolución industrial, el crecimiento del liberalismo económico y el poder de la finanza internacional, el manifiesto comunista y las revueltas sociales, y, ya contemporáneos a la niñez y juventud de Meinvielle, la tremenda Gran Guerra, primera Guerra Mundial, con las convulsiones concomitantes y consiguientes, como la revolución bolchevique de octubre del ’17.

Los estallidos revolucionarios comunistas en muchas naciones, con su influjo, eco y repercusión también en Argentina, como la famosa rebelión estudiantil y universitaria de la “franja morada” en la Docta Córdoba, y el entrecruzarse de lucha y debate político entre el laicismo liberal y anticlerical dominante, el comunismo bolchevique, y el fondo tradicional de catolicismo hispánico que es la verdad constitutiva del pueblo argentino[18], en fin, toda la situación política del mundo y la Argentina, tienen que haber despertado su ánimo joven y cristiano al interés, la búsqueda y el amor por la verdad del orden político y social cristiano, siguiendo la luz del Magisterio.

Concepción Católica de la Política es un libro cu­ya trascendencia no se ha medido justamente. Su apari­ción en 1932 se produjo en un clima singular de la vida argentina. Tras las décadas de prosperidad económica que coincidieron accidentalmente con el apogeo de la doc­trina liberal, el país se encontró de pronto con que for­maba parte de ese mundo cuyos problemas parecían de imposible contagio por sobre los océanos. La sólida formación cristiana de nuestra sociedad había conservado hasta entonces la cohesión del cuerpo político y de las buenas costumbres. Pero la educación positivista y escéptica tenia ya corroídos los principios fundamentales de convivencia que los argentinos no nos habíamos in­teresado por profundizar.

El liberalismo había inculcado una actitud revolucio­naria creando la falsa disyuntiva entre libertad ilimita­da y autoridad absoluta. Fracasada la primera opción, se abría el rumbo del despotismo, tan anticristiano co­mo aquélla. (…)

Aún separado de su contexto temporal, Concepción Católica de la Política señalaría un suceso memorable en el pensamiento argentino. Por lo demás tan poco fe­cundo. Pero su oportunidad, factor que siempre carac­terizó a los escritos del Padre Meinvielle, le agrega ma­yores méritos. La profundidad unida a la llaneza de es­tilo permitió a una generación comprender que el re­conocimiento de los derechos de Dios sobre la ciudad es el único camino para que la soberanía no perturbe las relaciones internacionales ni se incline ante cosmopoli­tismos enfermizos, para que la libertad goce plena vi­gencia sin degenerar en anarquía, y para que la auto­ridad esté revestida de firmeza sin aplastar a los ciu­dadanos.

En sus demostraciones tan racionales, la obra eleva el espíritu del lector hasta el concepto de Cristiandad, la comunidad política puesta bajo el reinado de Dios co­mo prenda única del bien común. No es esto una utopía más, sino el resultado necesario de la especulación filosófico-teológica y de la experiencia histórica.[19]

Evidentemente, Julio Meinvielle estudió a Santo Tomás no en manuales de segunda mano, ni a través del eclecticismo de Suárez, sino en la fuente misma de sus escritos, asidua y sacrificadamente. Fiel al Magisterio y a la vocación sacerdotal que Dios le dio en la Iglesia, fiel a la gracia que es el tomismo en la Iglesia, indicado así por los pontífices del renacimiento tomista.

Con una voluntad adherida a la Verdad y dispuesta al sacrificio para aprenderla, defenderla antes los errores del tiempo denunciados por el Magisterio mismo, y difundirla para el bien de la Iglesia y de las almas, para ordenar según Dios los hombres y la sociedad. Y esto en definitiva,  por recto y generoso amor a Dios y por compartir el amor divino salvífico. En el Meinvielle joven y seminarista, que poco conocemos, tiene que haber habido santidad. He aquí el secreto origen de tanto bien y de tanta luz.

Formado sacerdote en el Seminario de Buenos Aires “en su mejor época, la de los Castellani, Derisi, Sepich, Lavagnino, Garay y tantos otros”[20] –algunos de sus compañeros de generación-. Sabemos por testimonios y relatos que se han transmitido, que, durante las clases del Seminario, Julio Meinvielle estudiaba ya las materias del año siguiente, anticipándose. Será siempre en él un eminente ejercicio de una inteligencia y prudencia superior, ese anticiparse. Desde el inicio fue tomista, no obstante la corriente dominante del jesuitismo suareciano, en la cual por el contrario parece haber estado –según se cuenta-, en conformidad con la enseñanza “oficial” del Seminario y sus profesores, el entonces seminarista Octavio Nicolás Derisi, quien muy posiblemente debe su conversión al tomismo en los inicios de su sacerdocio a Meinvielle, de quien siempre fue amigo.

Juntos fundarían un día la Sociedad Tomista Argentina, y Derisi la Universidad Católica Argentina (UCA). Dirá mucho después uno de sus compañeros de entonces que Meinvielle en cincuenta años de vida intelectual jamás cambió de línea. La Verdad nunca estuvo en él sujeta o sometida a humana prudencia, diplomacia o compromisos; es con las virtudes intelectuales, sabiduría, inteligencia, ciencia, con que se sujeta el hombre a la verdad, se adecua cuanto puede a la realidad tal cual es, y es la Verdad la que ilumina luego con la sabiduría superior el obrar prudencial, que a la Verdad se sujeta y sirve. Y así fue Meinvielle, y por eso fue hombre de la Verdad, y de la verdadera prudencia y caridad.

 


[1] Publicado en Diálogo, San Rafael (Argentina), nn. 42 y 43, julio y diciembre 2006 (edic. del Verbo Encarnado). Con algunas correcciones y subtítulos del A. y con su autorización para la ed. on line. Quien quiera proporcionar más datos que sean de utilidad biográfica sobre Julio Meinvielle, por favor escriba a la dirección e-mail de esta página. Si quiere descargar el perfil biográfico completo puede hacerlo aquí.

[2] Escribimos esto – que en realidad más recopila y hace tesoro de lo escrito por otros beneméritos -, en la Solemnidad de Cristo Rey de 2005, a los 100 años del nacimiento del Padre Julio Meinvielle, en vísperas de la puesta “on line” de la página web dedicada a publicar las obras completas.

[3] “No resulta fácil escribir sobre la personalidad del Padre Julio Meinvielle y ello por tres motivos: Primero por la vastedad, diversidad y trascendencia de su pensamiento y de su accionar multifacéticos; segundo, porque todavía no hay nada escrito sobre su vida y su obra; tercero, porque aún no ha pasado el tiempo suficiente que haga posible la decantación de su obra faltando así la perspectiva histórica que se requiere para que pueda ser valorada en toda su dimensión.” (C. Buela, “Perfil sacerdotal: Padre Julio Meinvielle”, en Mikael 9 (1975/3), y en C. Buela, Padre Julio Meinvielle, S. Rafael 1993, 7; cf. C. Sacheri, en “R. P. Julio Meinvielle. In memoriam”, discurso en la inhumación de sus restos (4/8/1973), en Ateneísta, número especial en homenaje al P. Julio Meinvielle, 10, y en C. Buela, Padre Julio Meinvielle, S. Rafael 1993, 61 –en adelante lo citaremos de aquí-). En modo particular hemos de citar y remitirnos a los escritos –del editor y otros A.- recogidos en C. Buela, Padre Julio Meinvielle, S. Rafael 1993; y otros agregados a la edición on line de esa obra, en el sitio web del autor).

[4] Datos escuetos en la solapa de Julio Meinvielle, Crítica de la concepción de Maritain sobre la persona humana, Ed. Epheta, Bs.As 1993.

[5] Para estas notas biográficas sobre Julio Meinvielle, por ahora de carácter provisorio, agradeceremos todo tipo de informaciones, contribuciones, indicaciones y correcciones.

[6] Sobre los Cursos de Cultura Católica, cf. Raúl Rivero de Olazábal, Por una Cultura Católica, Buenos Aires 1986.

[7] F. de Estrada, “Estudio Preliminar” a Julio Meinvielle, Concepción Católica de la Política, Dictio, Buenos Aires 19744, 15.

[8] Mons. G. P. Blanco, en la bendición del edificio «Santa María de los Buenos Aires» de la Pontificia Universidad Católica Argentina, Buenos Aires, 8/12/1998.

[9] Cita Maritain, Introduction générale a la philosophie, 1930, pág. 149s., en Julio Meinvielle, Concepción Católica de la Política, Buenos Aires 19412, 176.

[10] La condena de L’Action Française por parte de Pío XI ocasionó la famosa protesta ante el pontífice del Cardenal Louis Billot, renunciando al capelo cardenalicio. En 1939, muy tarde ya para Francia, Pío XII levantaría la condena y la excomunión.

[11] A. Caturelli alude a un desagradable episodio sucedido durante la visita de Maritain a Argentina, debido a la oposición a sus ideas de parte de un grupo de católicos de Córdoba. Cf. A. Caturelli, La filosofía en la Argentina actual, Buenos Aires 1971, 238.

[12] S. Sarti, “P. Julio Meinvielle”, en C. Buela, Padre Julio Meinvielle, ed. on line.

[13] C. Sacheri, “R. P. Julio Meinvielle” 62.

[14] 29 jun. 1914: “principia et maiora Thomae Aquinatis pronuntiata sancte teneantur”, indicaba allí el santo Pontífice.

[15] Congregación de los Estudios, declaración del 7 de marzo 1916, en AAS 8 (1916) 157; cf. Benedicto XV, carta Quod de fovenda del 19 de marzo 1917 al superior general de los jesuítas W. Ledóchowski, Acta Romana S.I. 9 (1927) 318s.; ZKTh 42 (1918) 206 (cf. DH introducción al decreto de la Sacra Congregatio Studiorum, 27 Iul. 1914).

[16] 1 de agosto de 1922, AAS 14 (1922) 449-459.

[17] DH 3665.

[18] “Veo bandas rapaces, movidas de codicia, la más vil de todas las pasiones, enseñorearse del país, dilapidar sus finanzas, pervertir su administración, chupar su sustancia, pavonearse insolentemente en las más cínicas ostentaciones del fausto, comprarlo y venderlo todo, hasta comprarse y venderse unos a los otros a la luz del día. Veo más. Veo un pueblo indolente y dormido que abdica de sus derechos, olvida sus tradiciones, sus deberes y su porvenir, lo que debe a la honra de sus progenitores y al bien de la posteridad, a su estirpe, a su familia, así mismo y a Dios. Y se atropella en las Bolsas, pulula en los teatros, bulle en los paseos, en los regocijos y en los juegos, pero ha olvidado la senda del bien, y va a todas partes, menos donde van los pueblos animosos, cuyas instituciones amenazan derrumbarse carcomidas por la corrupción y los vicios. La concupiscencia arriba y la concupiscencia abajo. Eso es la decadencia. Eso es la muerte”; texto de José Manuel Estrada (Buenos Aires, 3 de abril de 1890) citado significativamente por Meinvielle al inicio de su conferencia “La situación argentina dentro de la Revolución Mundial”, el 16 de junio de 1972 en los Mercedarios de Córdoba (cf. J. Meinvielle, El comunismo en la Argentina, Dictio, Buenos Aires 1974, 474).

[19] F. de Estrada, “Estudio Preliminar” a Julio Meinvielle, Concepción Católica de la Política, Dictio, Buenos Aires 19744, 14s.

[20] A. Buela, “Un juicio sobre Meinvielle”, en C. Buela, o. c., ed. on line.

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